Recoge pequeños trozos de algas coralinas utilizando una especie de pinzas, aunque algo más largas, y las observa con un bino.
Monta su paisaje de fuego, clasifica cada muestra y crea un herbario gigantesco de un color rojo intenso y vibrante.
Me lo explica todo.
Y me encanta.
Sus grandes ojos azules, devorando esos trocitos de plantas marinas que se han unido a rocas, esponjas, cangrejitos y herbarios.
Cada día, diferentes rosas, morados y rojos vibran en las blancas bañeras de plástico.
Cada día, un poco iguales, y nunca del todo iguales.
Crean una melodía, y juntos transmiten una idea de coherencia visual que pocas veces he experimentado.
Y entonces cojo uno, un ejemplar, cuyo número de colección se ha preocupado de anotar.
Me siento incómoda, con la espalda inclinada sobre una superficie de trabajo.
Un pequeño estuche de acuarelas, dos pinceles, una hoja de papel.
No es gran cosa.
Y pinto estas coralinas.
Intento captar la vitalidad, la textura, el color y la forma de estas algas.
¿Por qué debería hacerlo?
Por nada.
Por nada.
Sólo por diversión.
Para intentar reproducir lo que me inspiran, lo que me hacen.
Sin Line, las algas no son lo mismo, y con ella, a través de sus ojos, comprendo, aprendo sobre las algas.
Sólo tienes que estar allí, en la cubierta 3 del barco.
Esperando la ola de especímenes, el delicioso ballet de colores cortejándome.
Sin hacer nada más que dejar que ocurra, dejando que los paisajes luminosos se unan cada día.

Elise Rigot